EL SIGNIFICADO DE LOS SACRAMENTOS DURANTE EL
VIRREINATO.
En primer lugar, una serie de
dificultades generales incidieron, individual o conjuntamente, sobre el proceso
de cristianización en América y, como meollo de éste, sobre la administración
sacramental. Las peculiares características de la naturaleza (distancias
enormes, ríos caudalosos, caminos ásperos, comunicaciones insuficientes)
entorpecieron la labor de los evangelizadores, cuya tarea se vio puesta en
jaque por otras dos situaciones difíciles de superar:
- la diseminación aborigen y la mala
distribución de los operarios, concentrados básicamente en las áreas centrales.
A ello se sumó la conducta poco ortodoxa de laicos y eclesiásticos. Pese a las
severas sanciones impuestas por la legislación canónica, no faltaron clérigos
comerciantes, hacendados, jugadores, amancebados, solicitantes y otros poco
responsables de su tarea apostólica, que no titubearon en cobrar estipendios o
en exigir contribuciones para administrar tal o cual sacramento, lo cual
desembocó en que el indio prefiriera evitarse el desembolso, o que
malinterpretara lo sagrado entendiéndolo como algo posible de ser vendido por
el sacerdote en provecho propio.
En cuanto a los laicos,
encomenderos y corregidores movidos por intereses personales, lesionaron con
frecuencia la recepción sacramental: no faltaron ejemplos de quienes, para parecer
moralmente irreprensibles, dejaron de bautizar a los hijos de sus indias
concubinas; por no pagar la contribución establecida, no dieron entierro en
sagrado a indígenas moribundos a su cargo; y, por no perder el servicio de las
mujeres de su encomienda, impidieron sus matrimonios con los indígenas de otro
repartimiento y las forzaron a contraer con los del propio.
Por otra parte, hubieron malas interpretaciones de parte de los naturales sobre los fundamentos de los
sacramentos , esto influyó negativamente
sobre la correcta inteligencia de cada sacramento en particular. Veamos algunos
ejemplos.
BAUTISMO
En el caso del bautismo, puerta
de entrada a los demás sacramentos , los eclesiásticos que tomaron contacto con
las áreas centrales del virreinato no
sopesaron la posibilidad de que, dentro de la angustia vivida por los indígenas
por la conquista, la correcta intención
con la que el indio se acercaba al sacramento no era como se veía . El temor al
amo español y a su Dios poderoso --que parecía haber triunfado sobre los dioses
locales--, la necesidad de congraciarse con ambos, la tentación de llevar como
los blancos un nombre cristiano o de tener por padrino a algún español de
alcurnia, seguramente empujó a más de
uno a pedir el bautismo sin una firme convicción interior y sin comprender con
claridad las obligaciones que como cristiano asumía desde entonces. Al
respecto, es diferente el caso de las
indias bautizadas en vista de que el español no podía cohabitar con infieles, práctica que los eclesiásticos
consideraban circunstancia agravante. En 1535, el obispo de Cartagena de Indias
se quejaba de que muchos de sus fieles tenían la costumbre de bautizar a las
indígenas "para poder echarse con ellas -dice- sin ser enseñadas en las
cosas de la fe, y así bautizadas se han
vuelto a sus pueblos", con riesgo de apostasía. Igualmente dudosa resultó
la enseñanza impartida a los indios a quienes se bautizaba durante las
expediciones de conquista.
Como en el resto de
Hispanoamérica, la reacción de la legislación canónica fue inmediata: las sinodales de fray Juan de los Barrios
de 1556 fijaron en dos meses el tiempo de preparación para los adultos, mientras que el Catecismo de Zapata de
Cárdenas insistió en la necesidad de que, antes de recibir el sacramento, el
indio comprendiera cabalmente su sentido.
Respecto de las malas
interpretaciones, la más extendida fue la visión mágica del sacramento
vinculada a la idea de que el bautismo provocaba la muerte, esto se se originó
debido a que los misioneros entraban
en las áreas marginales para bautizar a recién nacidos y a pequeños y adultos
enfermos. Como muchos de los bautizados morían, no tardaron los naturales en
considerar que aquella ceremonia extraña que los recién llegados repetían sobre
sus congéneres no era más que un auxiliar para sus sortilegios mortíferos. De
este modo, el sacramento pasó a ser sinónimo de ceremonia fatal y los
misioneros, "asesinos" que buscaban con ansias a grandes y a niños
para que nadie escapara con vida.
MATRIMONIO
El matrimonio fue, junto con el
bautismo, el sacramento más administrado en Indias. Considerados los naturales
ineptos para el sacerdocio y siendo la carnalidad uno de sus vicios dominantes
a los ojos de los evangelizadores es que ellos mismos se abocaron a la tarea de
estimular a los aborígenes a contraer matrimonio apenas llegados a la edad
legítima. Las dificultades se originaron, fundamentalmente, en el arraigo de la
poligamia en la gran mayoría de los pueblos indígenas que estaba muy relacionada con las clases superiores en el
antiguo imperio , y que respondía a
motivos de orden moral vinculados a ciertos tabúes que impedían la cohabitación
durante el largo período de gestación y lactancia; de orden sociopolítico, pues
era considerada signo de poder; y de orden económico, en tanto la pluralidad de
mujeres constituía la riqueza de un marido, cuyas esposas se encargaban de
alimentarlo, vestirlo, realizar trabajos productivos y darle una abundante
prole, seguro para su vejez.
Malinterpretando el compromiso monogámico
e indisoluble que importaba el sacramento cristiano, los indios intentaron
defender, por distintas vías, su entrañable costumbre vinculada con la
pluralidad de mujeres, sea que inventaran haber contraído matrimonio con mujeres no
bautizados o haberse casado de
manera diferente a la cristiana o mudándose
el nombre y cambiando de vecindad, pasaran a segundas nupcias cayendo en el
delito de bigamia.
CONFESION
Pese a que la legislación
canónica obligaba a los curas a aprender las lenguas generales e, incluso, las
particulares de cada grupo, el desconocimiento lingüístico fue para los
españoles sacerdotes, una de las dificultades que tocó más de cerca al sacramento
de la confesión. Aunque este problema no importó en este caso a los naturales, el problema
atentó seriamente contra la integridad del sacramento. Las malas
interpretaciones derivaron, básicamente, de dos cuestiones: Por una parte, de un generalizado concepto
material de "pecado", al que los indígenas entendían no como una mancha que aquejaba al
alma, sino como una forma de intoxicación que invadía al cuerpo a causa de la
violación de alguna regla y que
les acarreaba, por tanto, un castigo (enfermedad, muerte, pestes, sequías,
hambre, etc.). Esta noción del sacramento cristiano influyó mucho en los
resultados obtenidos por el grupo evangelizador. Por otra parte, la dificultad
demostrada por los indígenas para comprender los postulados dogmáticos sobre
los cuales se apoyaba la confesión, sobre todo, la disposición interior
requerida para que el pecado les fuese perdonado (examen de conciencia,
contrición, propósito de enmienda, cumplimiento de la penitencia impuesta) era
una tarea muy complicada de explicar. La falta de examen de conciencia, por
ejemplo, solía imposibilitarles una enumeración cuidadosa de las faltas, y el
ocultamiento de pecados por vergüenza --en general carnales--, por un temor
erróneo al castigo corporal por lo confesado, o por malicia --vinculados, sobre
todo, al mantenimiento de idolatrías-- invalidaba el sacramento sin que pudiera
se pudiera evitar la posibilidad de comulgar
sacrílegamente.
COMUNION
Como en el resto de
Hispanoamérica, la incorporación de los indios al sacramento de la comunión no
fue sencillo. Al principio se les negó
tal sacramento porque pensaban que los indígenas eran incapaces de tal
comprensión de la transformación de Cristo . Sin embargo en 1606 se suavizó la prohibición al permitir
administrarlo con gran cautela. El concilio santafereño de 1625 ,ordenó a los
párrocos los instruyeran en la doctrina necesaria y excitaran su deseo de
comulgar. En la práctica, sin embargo, se mantuvo la opinión generalizada sobre
que la persistencia de vicios tan comunes como la carnalidad o la embriaguez
los hacía incapaces de recibir el sacramento, y los párrocos continuaron
negándoselo para evitarse el trabajo de prepararlos debidamente. El problema
llegó al extremo de impulsar al arzobispo fray Cristóbal de Torres a convocar
en 1636 una junta de hombres doctos para estudiar la manera de fomentarla:
fruto de ello, según J. M. Pacheco, fue un decreto donde el prelado enjuició
el abuso de apartar a los indios de la comunión y dio a conocer su
decisión de enviar predicadores a las doctrinas para que se encargasen de
instruirlos suficientemente. En suma, el acceso a la Eucaristía, sobre todo
fuera del tiempo pascual, fue sumamente lento, y probablemente no se haya
logrado a lo largo del período.
Este problema de la comprensión
del misterio de la transustanciación: hizo que muchos naturales se inclinaran a
creer que, en el momento en que el sacerdote elevaba la Hostia, Cristo en
persona descendía del cielo para introducirse en ella. No de otra forma se
explica la preocupación de cierto cacique del Orinoco quejoso de que su miopía
le impedía ver el momento en que el Hijo de Dios bajaba desde lo alto.
Hubo también interpretaciones de
tipo mágico: algunos hechiceros del Orinoco, por ejemplo, sentenciaron que
tanto la muerte, como la enfermedad ,se debían a la asistencia del pueblo a la
misa e instaron a ultimar al cura "para matar la enfermedad". En el
polo opuesto, indios de las misiones del Marañón suponían que la misa era un
medio eficaz para preservarse de desgracias y "tenían por mal agüero el
dejarla".
EXTREMAUNCION
No siendo la extremaunción un
sacramento necesario para la salvación, su administración no se generalizó
entre los naturales: sorprende que, a fines del siglo XVIII, los cánones
conciliares sigan exhortando a los párrocos a llevarlo a quienes vivan en
lugares alejados sin poner excusas tan absurdas como el no tener mulas que los transporten.
Dado que, tras su administración, era frecuente el deceso del enfermo, no es
extraño que, dentro de una visión mágica similar la señalada para el bautismo,
los indígenas concibieran a la unción como vehículo de muerte. El resultado no
se hizo esperar: muchos escondían a sus parientes moribundos en la espesura de
los bosques y, si el misionero preguntaba por ellos, los declaraban por muertos
y enterrados. Como en el caso del primer sacramento, no podían los
evangelizadores hacer otra cosa más que esperar la cura milagrosa que
convenciese al grupo de lo contrario.
CONFIRMACION
Poco se conoce tanto sobre las
dificultades como sobre las malas interpretaciones relativas al sacramento de
la confirmación, su administración recayó únicamente, al menos hasta mediados
del siglo XVIII, sobre el obispo.
El problema más corriente parece haber
sido la de reiterar el sacramento desconociendo su carácter indeleble, probablemente
por la satisfacción de los indígenas de contar con el patrocinio de más de un
padrino o madrina. Fuera de ello, entre algunos grupos no faltó la visión
mágica que convirtió al crisma en responsable de dolores de cabeza, pestes y
muerte.
CONCLUSIONES
Dado el panorama apenas esbozado,
de más está subrayar que no es posible llegar a una conclusión generalizadora.
Sin descartar los casos en que los indígenas llegaron a una aceptación íntima y
consciente de las obligaciones del cristiano, ni a aquellos otros en que se
mantuvieron en la idolatría lisa y llana --ya por rechazo, ya por habitar zonas
a donde no llegó la penetración misionera--; debemos analizar entre ambos
extremos, una amplia franja de matices variados de la práctica del cristianismo
. Dentro de ella, la coexistencia entre lo pagano y lo cristiano generó expresiones sincréticas; y, por otro, visiones
de tipo mágico en las que los sacramentos, fuente de gracia, se convirtieron en
vehículo de salud, enfermedad o muerte.
De todos modos, en los innegables
límites del éxito obtenido por la evangelización durante la Colonia es donde
debe buscarse el origen de las fallas de las que adolece el catolicismo
novomundano actual en el Nuevo Mundo, si es que se pretende avanzar hacia una
nueva evangelización basada en una práctica sacramental más consciente.